jue. May 9th, 2024

¿Por qué es preocupante que cada vez haya menos niños, más adultos, y muchos más viejos?

| Por: Jonathan Tamayo ‘Manguito’.

Una noticia, que por su trascendencia debió haber tenido mayor impacto político y mediático, me preocupó recientemente. Según el DANE año tras año en Colombia los nacimientos se reducen (en 2023 la reducción de la natalidad llega al 8% sobre el total), lo que puede deberse a múltiples causas, entre ellas dos particularmente preocupantes: la primera tiene raíz psicológica y tiene relación con el cambio de cosmovisión -cada vez más profundo- que tienen las nuevas generaciones, cambio que impacta en la manera de percibir la idea de tener hijos. La segunda tiene origen económico y se relaciona con el cada vez superior costo de vida en las grandes ciudades, costo que en muchos casos es visto como un obstáculo invencible que trunca el propósito de traer hijos al mundo.

Ahora bien, parece evidente que la primera de las causas -dígase del cambio psicológico sobre la idea de tener hijos- tiene un mayor impacto que la causa económica, pues la tendencia de natalidad en aquel sector demográfico con más poder adquisitivo cae de manera más dramática que en los sectores más vulnerables, de modo que parece que el factor monetario no es la causa principal del decaimiento de la natalidad. Pero, ¿por qué es preocupante que cada vez haya menos niños, más adultos, y muchos más viejos?

Pues en gran medida debido a los efectos económicos de la inversión de la pirámide demográfica, que se manifiestan, sobre todo, en la necesidad del Estado de obligarse a invertir más en sanidad, pensiones, y otros servicios públicos, al mismo tiempo que la tasa de ciudadanos en edad de trabajar baja. En otras palabras, el Estado recibe menos recursos a través de impuestos y menores contribuciones a la Seguridad Social, mientras que se ve obligado a aumentar los gastos. El camino del envejecimiento poblacional es el camino de la ruina económica.

En lo anterior no parecen pensar quienes continúan empeñados en promover los mal llamados “modelos alternativos de familia”, modelos en los que los hijos y la procreación natural parecen estar fuera de la ecuación. Matrimonios con árboles, con objetos, o incluso con “uno mismo” encajan con la cada vez más frecuente humanización de los animales, que equipara a las mascotas con los hijos en un frenético intento de promover un animalismo nocivo tanto para la sociedad, como para los pobres animalitos que se ven forzados a tener comportamientos contrarios a su naturaleza.

Los movimientos feministas, que predican la desintegración de la familia y de la estructura social con la excusa de llamarla “patriarcado”; el movimiento LGTB (etc), que aboga por la sexualización de menores y exige privilegios a costa de las mayorías; los activistas prolegalización de drogas, que desprecian la ética social a la que han tachado de ser un anacronismo; todos tienen, sin duda, un común denominador que consiste en el desprecio por el orden natural, por la moral, y por la familia como núcleo central de la sociedad. Dicho desprecio, aunque quizá honesto entre los militantes, en realidad tiene como propósito aumentar el control político cultural sobre la gente de parte de ciertas élites: Primero se le enseña a la gente que nada es correcto o incorrecto, y luego se les enseña a acatar ciertos axiomas morales hechos a medida de los intereses de los enemigos de la libertad.

No me cabe duda a estas alturas que estas agendas constituyen en realidad un proyecto único, encausado a la censura de quienes aún tenemos convicciones morales sólidas y basadas en la fe. La disminución de la población; la corrosión de la moral; y el nuevo orden social pretendido por políticos y multimillonarios interesados en afianzar su control sobre la sociedad, tiene como propósito la realización del sueño progre; un sueño en el que cristianos, conservadores, y ciudadanos libres no tendremos cabida.

Son las anteriores tendencias, promovidas por la izquierda globalista, -por los políticos y las industrias woke-, síntomas de una decadencia moral que se presenta como una alternativa ética legítima, pero que en realidad esconde intereses comprometidos con la deconstrucción de la raíz judeocristiana de la civilización occidental. Es así que Dios, y en general la doctrina de la cristiandad, se convierten en un pilar indispensable para recuperar, no sólo nuestros valores, sino el rumbo general de nuestra nación.